miércoles, 3 de diciembre de 2014

INFORMACIÓN ADJUNTA: LAS CARTELAS DEL MNRA



Para completar la información que ya tenéis recogida sobre los objetos de la exposición, 
aquí tenéis la reproducción de la CARTELA EXPLICATIVA 
 que está junto a cada uno de ellos.


LA  MÁSCARA DE AGAMENÓN


Gillieron, 1914
Metal repujado

s.XVI a.C
Micenas, Grecia
Museo Arqueológico Nacional, Atenas




Fue H.Schliemann –un visionario que consagró su fortuna a buscar la civilización homérica –quien encontró, además de la ciudad de Troya, las sepulturas reales de Micenas. Esta máscara fúnebre despide un extraño realismo, pues produce el efecto de una huella obtenida presionando directamente sobre el rostro para conseguir una semejanza por contacto. Es una modalidad de copia tan rudimentaria como eficaz. La ductilidad de la lámina de oro permite obtener la forma bien por presión directa sobre el objeto, bien por medio de una contraforma realizada previamente, como sucede en la diadema.



                         



DIONE Y AFRODITA




Brucciani, 1879
Vaciado en yeso

Fidias, 440-438 a.C
Museo Británico, Londres



En estas figuras se ha creído reconocer a Afrodita, recostada sobre su madre, Dione, que reposa el brazo sobre el hombro de su hija. Todo el efecto expresivo está creado a través de los ropajes, en un movimiento fluido, acentuado por el juego de luces y sombras.
Aunque ahora sabemos que estos mármoles estaban pintados en vivos colores, los amantes del idealismo clásico apreciaban en estas obras su blancura, pues resaltaba la pureza de las formas. “Un cuerpo bello será más bello cuanto más blanco sea”, defendió Winckelmann. El blanco fue, equivocadamente, durante siglos, “el color de la Antigüedad”.










DISCÓBOLO



Brucciani, 1889

Vaciado en yeso.


Copia romana inspirada en obra de Mirón (s.V a.C)
Villa Adriana, Tívoli
Museo Británico, Londres





El Discóbolo es el primer caso de una estatua clásica que, cuando se descubrió en 1781 en una colina romana, alcanzó gran prestigio, al tiempo que se tomaba conciencia de que sólo se trataba de una copia.  Pues, en efecto, sólo tenemos reproducciones romanas del original griego perdido, realizado en bronce, que era más grande y algo distinto de las réplicas conservadas. Su fama no sólo se debe a que es una obra maestra, además, ha encarnado, durante siglos, todo lo que uno se imagina de Grecia.






DORÍFORO


                                  
Hofmann, 1888
Vaciado en yeso

Copia romana de obra de Policleto 
(s.V a.C)
Pompeya
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles



Aunque setenta copias romanas han llegado hasta nosotros, no conocemos ni el original griego ni el texto de Policleto sobre su formalización del cuerpo masculino
el Canon. Resulta imposible deducir las proporciones que estableció, porque los marmolistas romanos engrosaban las piernas para darle estabilidad. Sólo se conserva una frase: “La perfección se alcanza poco a poco mediante cálculos”, que desvela la convicción griega de que la belleza es cuestión de “medida”. La estatua, colocada en la Palestra de Pompeya, pudo servir para recordar a los jóvenes romanos los ideales del helenismo y es probable que se celebrasen ritos heroicos en su honor.







SUPLICIO DE MARSIAS



Arrondelle, 1889
Vaciado en yeso.

Escuela de Pérgamo. Copia romana
de obra helenística del s.III a.C.

Termas de Diocleciano, Roma (¿)
Museo de Louvre, Paris.





Con frecuencia el arte romano descontextualizó las obras de sus predecesores griegos. Es el caso del suplicio de Marsias, concebido originalmente como un grupo en que faltan otros actores del drama, como el bárbaro que afila el cuchillo de la tortura y Apolo, autor del castigo.
Su historia es ésta: el sileno, entusiasmado ante el hallazgo de una flauta, había desafiado a Apolo, maestro de la lira, pero, vencido, será castigado a ser despellejado vivo. La escultura, en una postura antiheroica, presenta una singular forma de deconstruir la armonía del cuerpo clásico, a punto de ser “desesculpido”.







LAOCOONTE



Trilles, 1887      
Vaciado en yeso.

Agesandro, Athenodoro y Polidoro, s.I a.C (?)
Museos Vaticanos, Roma.




La obra describe la venganza de los dioses contra el sacerdote troyano por intentar disuadir a sus compatriotas de aceptar el caballo de Troya. El grupo, congelado en el momento supremo de violencia y agonía, cuando la espiral de las serpientes se enrosca en sus cuerpos, se convertirá en un exemplum doloris. Admirada, por noticias indirectas, antes de ser descubierta, su entusiasmó a toda Roma, que desfiló día y noche ante ella. 
 Fue comprada por el papa Julio II, que la expuso en el Cortile de Belvedere por su valía artística y por su deseo de asociar la gloria del Papado a la Roma antigua. Enseguida se hizo famosa a través de copias, parodias y citas, además de lecturas eruditas o filosóficas. Supuso, por así decir, la invención de la idea de “obra maestra”. En el s. XX se halló el brazo derecho original, reconstruido imaginariamente en 1532 en la posición extendida que aquí se conserva.




ARES LUDOVISI



Malpieri, 1881
Vaciado en yeso

Copia romana de obra del s.IV a.C (¿)
Roma
Museo de las Termas, Roma




Ares, “destructor de hombres”, “sediento de sangre”, personifica la violencia de la guerra, la confusión, la confusión y el horror sangriento de la batalla. Era odiado por el resto de los dioses y causaba desconfianza entre los griegos. Esta versión en reposo y acompañado de un Cupido (añadido posteriormente), fue propiedad de los Ludovisi, y una de las estatuas más reputadas del siglo XVII. Se convirtió en un verdadero regalo de reyes: Felipe IV le encargó un vaciado a Velázquez cuando éste viajó a Italia, y Luis XIV obsequió a Federico el Grande con una copia.










Arrondelle, 1882
Vaciado en yeso

s. I a.C (¿)
Villa Adriana, Tívoli (¿)
Galería de los Uffizi, Florencia






Los Medici fueron ambiciosos coleccionistas. A fines del s.XVII, reunieron en la Tribuna de los Uffizi, en Florencia, sus mejores esculturas. Esta hermosa Venus alcanzó un alto prestigio y elogiada por poetas  y artistas, fue una meta del Grand Tour.
El escultor Ercole Ferrata añadió los brazos en la posición de la Venus Pudica, con esos extraños dedos largos y finos. Estas restauraciones fantasiosas ern normales en una sociedad que amaba lo antiguo como un “escenario de la vida” y no como una investigación científica. Y en esa cultura, la obra de arte tenía que ser completa.




                                                                                                                    





CENTAURO DOMADO POR EL AMOR



Arrondelle, 1884
Vaciado en yeso

Copia romana de obra helenística del s.II a.C
Monte Celio, Roma
Museo de Louvre, París




En el mito, los centauros, una raza de cuadrúpedos humanos, que viven en bosques alimentándose de carne cruda, poseen una doble naturaleza: son salvajes y mujeriegos, pero a la vez, sabios preceptores de jóvenes.
El arte helenístico olvida aquí su naturaleza violenta para prese3ntar una escena desenfadada, de frivolidad erótica, en la que el amorcillo juguetea con un viejo centauro, mientras, éste, con las manos atadas a la espalda, gira la cabeza con una expresión dolorosa digna de Laocoonte, obra con la que fue comparado. Podría significar el tormento que el amor trae a la vejez.







DANZA BÁQUICA



Trilles, 1892
Vaciado en yeso

Mediados del s.I a.C
Procedencia desconocida
Museo del Prado, Madrid





El culto a Dionisos encubre una “cultura de la demencia” cuyo protagonismo está confiado a las mujeres, situación excepcional en el ordenamiento público de la polis, de exclusividad masculina.
La ménade (“delirante”) vaga por las montañas entregada  a la ebriedad., juega con carbones ardientes, manipula serpientes, devora pequeños animales crudos y danza frenéticamente. En las fiestas, las mujeres asumían el papel de las ménades, en una danza coral o ditirambos, que consistía en salmodias, movimientos rítmicos y poemas rituales, y desembocaba en el éxtasis colectivo. Aquí reside el origen de la tragedia griega.





FAUNO DANZANTE



Scognamiglio, 1882
Vaciado en bronce

s.I a.C-s. I d.C, Pompeya
Museo Arqueológico Nacional de Napoles




La fuerza de la naturaleza que encarna el fauno (versión latina del sátiro griego) causaba a los latinos curiosidad e inquietud. Sus representaciones abundaban en las casas, porque traían fecundidad para los hombres y animales, tenían dotes proféticas y enviaban sueños premonitorios.
Éste, muy famoso, dio nombre a la casa de Pompeya cuyo impluvium decoraba. Su paso de danza inducido por el enthousiasmos –mezcla de ebriedad y éxtasis-, la elegancia
 y audacia del gesto y el refinamiento de la ejecución remiten al gusto helenístico. Su pequeño tamaño favoreció la abundancia de réplicas, adecuadas para entornos íntimos
y pequeños jardines.







ARIADNA ABANDONADA




Arrondelle, 1882
Vaciado en yeso

Copia romana de obra helenística del s.II d.C

Procedencia desconocida

Museos Vaticanos, Roma







Desde su presentación en 1512, esta figura ha conocido tres identidades diferentes. Primero, fue Cleopatra, por la serpiente
que rodea su brazo. Luego se asoció con la tradición popular de la ninfa dormida.
A finales del s.XVIII se observaron  paralelismos con sarcófagos que representaban a Ariadna abandonada en Naxos por Teseo, mientras dormía.
Lo más instructivo de estos sucesivos “nombres” no es el logro de una gradual identificación de la imagen, sino lo que cada generación ha querido ver en ella







W.M Flinders  Petrie, 1913
Papel (serigrafías)



ss.I-II d.C
Necrópolis de Hawara, El Fayúm. Egipto.
Originales en diversos museos e instituciones.


Aunque El Fayum es sólo uno de los lugares de procedencia, se designa así al millar de retratos hallados en tumbas del Egipto romano.
Realizados sobre madera de tilo o sobre lino, colocados entre la red de vendas de la momia, son excepcionales por hallarse en la frontera de tres civilizaciones: obedecen al rito funerario egipcio, responden a la tradición naturalista griega y vieron la luz en un “ambiente” romano. Pero son, sobre todo, fascinantes por ser los más antiguos relatos de individuos que subsisten: una conmovedora población cuyos rostros nos miran desde el umbral de la muerte y, a la vez, extrañamente vivos, personales, modernos.